El evangelio de San Juan, en este segundo domingo del tiempo ordinario, nos narra de forma sencilla y profunda la elección de los dos primeros discípulos -Andrés y su hermano Pedro- por parte de Jesús. El Señor se da cuenta que para comenzar la ardua tarea de la instauración del Reino de Dios necesitaba, además de la fe y la ayuda de Dios Padre en el cumplimiento del compromiso adquirido, la colaboración de unos hombres que vivieran como Él, lo acompañaran, aprendieran y luego transmitieran a los demás sus propias experiencias de encuentro con el Maestro. El Señor, ya desde el comienzo de su misión, intuía que iba a vivir situaciones especiales: incomprensión, aceptación, rechazo, alegrías, tristezas y estas vivencias contrapuestas era mejor compartirlas con sus propios discípulos.

“¿Que buscan?” (Jn. 1,38) será la pregunta clave que el Señor les hace a Andrés y su hermano Pedro en el momento de la elección para provocar sus propias intenciones, sus objetivos, sus proyectos de vida. El encuentro con la persona que ansían, el Mesías esperado, es el inicio de su propia vocación. Jesús les llama de forma simple pero directa y ellos responden desde la generosidad, la disponibilidad y la acogida. No les ofrece bienes materiales, ni satisfacciones placenteras sino la aventura y el riesgo del “vengan y vean” (Jn. 1, 39). Encontrarse con el Señor, fiarse de su palabra, no presupone satisfacer nuestros gustos personales, nuestros intereses sino la subordinación de nuestros planes al proyecto de vida que nos ofrece el Señor.

Por el bautismo todos somos llamados al encuentro con el Señor. Algunos intuyen esa llamada en acontecimientos especiales y extraordinarios y otros en los detalles de la vida ordinaria y sencilla del día a día. Lo importante es que no descuidemos la voz de Dios que nos dirige a la interioridad y generosidad de nuestro corazón. La llamada de Dios es permanente y nos exhorta a una respuesta pronta y comprometida. El Señor nos debe encontrar, como a sus primeros discípulos, vigilantes, receptivos y atentos. Si miramos a nuestro alrededor, si nos fijamos en las necesidades de la parroquia descubriremos el clamor del Señor que nos espera a dar respuesta y aportar nuestro granito de arena en favor de los demás.

El espíritu del documento de “Aparecida” nos llama, en sintonía con el ejemplo y el esquema del evangelio de hoy, a seguir siendo discípulos del Señor y apóstoles de su mensaje. Cada vez que nos encontramos con Él desde la sinceridad y la fidelidad de nuestra vida “sufriremos” una transformación interior que desembocará en seguimiento y anuncio de quien es “el camino, la verdad, y la vida” (Jn. 14,6).

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