ALGO NUEVO ESTÁ SURGIENDO

En este segundo domingo del Tiempo Ordinario, el tema esponsal (promesas previas a un compromiso matrimonial) puede ser una línea transversal que pueda ayudarnos a meditar la propuesta de la esta liturgia a la luz también del año de la misericordia. Esta profecía de Isaías que escucharemos es un himno que expresa el deseo ardiente de un centinela de que llegue el “gran día” para la vida de su ciudad: cuando el rey reivindique su autoridad sobre Jerusalén, restableciendo en ella la justicia y la fidelidad. Las ciudades (siempre en femenino) en el mundo antiguo asumían la imagen simbólica de la mujer fecunda, la que cuida de sus hijos, sus habitantes y al rey, quien se convertía en su protector. A este último, le correspondía, por tanto, la imagen del esposo. Jerusalén ha sido la esposa del Señor, la elegida, pero ha sucumbido en la infidelidad cambiando a su Señor por otros señores (los “baales”). Pero Dios es fiel y busca recuperarla una y otra vez, manteniéndose en la esperanza de que ella pueda también ser fiel. Dios puede ser capaz de ofrecer una nueva alianza, un nuevo desposorio con su pueblo. La propuesta está dada, pero ¿el pueblo será capaz de aceptar la fuerza de un amor que es capaz de perdonar la infidelidad y con ello renovar el amor primero con el mismo entusiasmo y regocijo?

Pablo manifiesta desde el comienzo de la carta a los corintios un vivo deseo para la comunidad de Corinto: tiene que enfrentar las dificultades de la división que los está aquejando. Uno de los problemas que vivía esta comunidad estaba relacionado con los dones o carismas, por lo que Pablo debe intervenir para comprender mejor cuál es el origen de éstos y cuál es su función. Para Pablo es fundamental entender que hay una única fuente para los carismas, el Espíritu. De esta forma, intenta ofrecer un criterio de unidad frente a la posible manera de entender lo carismático como algo netamente individual. Luego se detiene en el tema de los carismas (algo muy propio de las comunidades paulinas), en donde puede intuirse que hay una especie de contrariedad en quienes no valoran como tal los carismas y quienes los desvirtúan con afanes humanos. Pablo, así como fue tajante con lo afirmado sobre el origen, enfatiza decididamente el sentido de la función. Todo carisma es para el beneficio común (12,7) y este es el criterio de discernimiento a tener en cuenta. La fuerza del Espíritu acompaña la vida de la comunidad e infunde sus carismas entre los hombres para que en comunidad se pueda caminar hacia la plenitud de la verdad en Cristo. Esta es una novedosa perspectiva de relación entre Dios y los hombres y de los hombres entre sí. Algo que la comunidad debe ir comprendiendo y de lo que muchos de los que se ven agraciados por el poder de Dios deben meditar profundamente para entender mejor su rol y no caer en la confusión provocando división, signo contrario al testimonio cristiano.

El evangelista Juan nos narra el primero de los “signos” de Jesús en Caná de Galilea. El objetivo de estos signos, para el evangelista, es creer en Jesús; no se preocupa tanto en resaltar el carácter milagroso o subrayar de sobremanera la condición de que Jesús era un taumaturgo. Por tanto, tras el relato tenemos que descubrir la significatividad del signo propuesto que nos lleve a creer en Jesús y sobre todo por qué creer en él. Este es el momento en que se irrumpe la gran novedad de la misión del Enviado del Padre. Es evidente que el contexto de la boda se convierte en una clave de lectura (fidelidad-infidelidad) para quienes añoraban un tiempo nuevo en la relación de Dios con su pueblo (tan comentado por los profetas). Pero la única forma de abrirse a esta realidad nueva es tomando conciencia de las carencias y limitaciones que se posee en la religión imperante y de esto se encarga “la madre de Jesús” que ofrece un camino de reconocimiento vital, señala una carencia y una necesidad: “No hay vino”. A pesar de la contrariedad que esto suscita, la motivación ha sido dada para ofrecer el signo que pueda ayudar a comprender que es necesario renovar las relaciones con Dios, por lo que Jesús pasa a ser el “novio” que tiene que atender a sus invitados. Jesús con el gesto que se narra a continuación, ofrece la superación de una realidad por otra. Este es el segundo asunto, puesto que es preciso revisar si lo que se tiene vale para ofrecerlo a los invitados a pesar que podamos aferrarnos a ello. Ya no es tiempo para el agua de la purificación (seis tinajas), su quietud (estas tinajas yacían en el suelo) habla de lo que está generando en esos momentos (no puede satisfacer la alegría de la fiesta). Ahora es el tiempo del vino nuevo y bueno. El verdadero “novio” lo ha hecho posible (la pregunta del mayordomo al novio). Sin duda, es un relato de revelación y de atención, porque ha llegado algo nuevo. Jesús, el Enviado del Padre, manifiesta su presencia entre los hombres (su gloria) para satisfacer una necesidad. Y es importante reconocer tal carencia siendo capaz de romper y renunciar a aquello que no está ofreciendo la ayuda conveniente a la apertura de una fiesta que no es patrimonio de algunos sino de todos. Jesús ofrece el vino nuevo y bueno de la alegría porque se vuelve a restablecer la relación matrimonial de Dios con su pueblo en su persona. Hoy queremos ser como el centinela de Isaías, desear un tiempo nuevo de gracia para los hombres, una nueva oportunidad de relacionarnos con Dios. Y Dios nos lo ofrece, nos da la gracia de vivir esta experiencia de fe en comunidad y provee lo necesario a través de su Espíritu para que no desfallezcamos. El tiempo nuevo ha sido inaugurado y el bondadoso “novio” ofrece el mejor vino para quienes sean capaces de salir de la quietud y la reducción de las relaciones fundamentales en una ritualidad que margina hacia la alegría y el compromiso de creer que Jesús ha desplegado su tienda en medio del mundo para todos. ¿Somos capaces de reconocerlo o no?

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