El segundo Domingo de Cuaresma nos presenta, como tema de reflexión en el evangelio, el conocido pasaje de la Transfiguración según la versión de San Marcos (Mc. (9,1-9).

Esta experiencia que Jesús vive con sus discípulos de más confianza, Pedro, Santiago y Juan, cumple un triple objetivo: en primer lugar retirarse por un tiempo a un lugar tranquilo y sosegado para llenarse de Dios desde la contemplación serena, la oración dirigida a Dios Padre, la escucha atenta y el diálogo con sus discípulos para fomentarles la fidelidad y la fuerza después de lo que habían vivido acompañándole y sintiendo, en muchos momentos, incomprensión y hasta rechazo, no exento, ciertamente, de aceptación y gozo. En segundo lugar se muestra la identidad del Señor para que no quepan dudas de ser el Hijo de Dios: “Éste es mi Hijo Amado, ¡escúchenlo!” (Mc. 9,7). Los discípulos, poco a poco, disipan dudas, alejan temores y se van identificando con el Proyecto del Señor. En tercer lugar, en ese ambiente de alegría y bienestar, y cuando ya terminaba el diálogo y la manifestación de Dios, el Señor les predice su pasión para que la euforia no apague el verdadero sentido del seguimiento: la instauración del Reino como cruz y fidelidad de vida hasta la resurrección.

La experiencia del monte Tabor sirve a los discípulos de iluminación sobre la verdadera identidad de Jesús, de aliento para que ellos puedan recorrer el camino del Maestro y de exhortación a realizar ese recorrido bajo el imperativo de la escucha.

No hace falta demostrar con muchas palabras el matiz cuaresmal que contiene la Transfiguración del Señor. También nosotros necesitaremos espacios de encuentro con el Señor para dar sentido y valor auténtico a nuestro diario vivir; fomentar el diálogo sereno, la capacidad de escucha, el aliento interpersonal será imprescindible para recuperar nuestra armonía interior; reafirmar la fe en el Señor, aceptarlo como el Hijo de Dios reorientará nuestros objetivos y prioridades; poner el punto de mira en la luz de la resurrección nos dará esperanza para afrontar con optimismo las cruces de la vida.

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