Dios escucha un ruego humilde y lleno de fe

Hoy en día hay mucha gente que quiere ser escuchada, ya que donde tocó una o mil puertas no le abrieron, se sintió “defraudada” o “decepcionada”. ¿El esposo-a no te escuchó?, ¿el hijo?, ¿el amigo?, ¿el compañero de trabajo o de estudio?, ¿el sacerdote o la religiosa?, ¿el vecino?, ¿el amigo de infancia? ¿Nos defraudamos de la oración?, ¿quizás pensamos que porque tenemos muchos pecados Dios no nos escucha?, ¿creemos que Dios falla?, ¿no será que cuando oramos no lo hacemos con fe porque pedimos mal? (cf.Stgo.4,2-3). Te cuento que Dios siempre escucha un ruego, siempre recoge una lágrima, nunca es indiferente ante un ruego (Sal.143,1; Ex.3,7). Él escucha el ruego tuyo, mío y de todos.

El pecado de Sodoma y Gomorra es grave, y Abraham sirve de intercesor para que Dios se apiade de esos pueblos, y por eso acude a Dios mismo, desde una oración humilde y perseverante: “¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable?” (Gen.18,20-32). Y así haya 50 ó 10 inocentes en esas ciudades, Dios mostrará su amor y su misericordia para que reciban ningún castigo. La oración de intercesión que lanzó Abraham, como un grito esperanzador, dio su fruto. Según el catecismo, cuando habla de la necesidad de interceder, recuerda que: “interceder es pedir en favor de otro…es lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios” (nº2635). Ahora entendemos por qué el salmista hoy dice: “cuando te invoqué me escuchaste, aumentaste el valor en mi alma…tu derecha me salva” (Sal.137).

Cada vez que una persona abre su corazón, su vida, todo su ser a Dios, Él siempre entra y muestra su salvación. Orar es hablar con Dios y dejar que Él me hable. El corazón “es el que ora” dirá el nuevo catecismo (nº2562-2563).

Todo bautizado puede experimentar el poder, la misericordia y la fuerza de Dios. La motivación la da el mismo San Pablo: “han creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos” (Col.2,12-14). En la oración, el creyente experimenta el amor salvador de Dios, porque se fía de Él cada día.

Lucas, hoy en su evangelio, nos presenta un pedido que los Apóstoles le hacen a Jesús, luego de que éste terminara de hacer su oración: “Señor, enséñanos a orar” (Lc.11,1-13). La respuesta de Jesús no se dejó esperar, porque les enseñó el padre nuestro. Pero esa enseñanza va de la mano con otra enseñanza más que gira en torno a perseverar en la oración sin desanimarse. Una de las tantas cosas que adolece el creyente hoy en día, es que no se da un espacio para hacer oración. Quizás el uso excesivo de las redes sociales, la misma tecnología, los afanes y/o preocupaciones de la vida misma pueden ser “un obstáculo” para no darnos más tiempo para hablar con Dios.

La humildad es la base de toda oración (Nvo.Cat.2559). El que invoca el nombre del Señor, sabe que está llamado a creerle a Él (Mc.9,23) ya que su nombre es salvación (Hch.2,21). Por eso el que ora tiene la certeza de que su ruego siempre es escuchado. La duda, el miedo, la desesperanza no son enemigos de la oración para el que se acerca a Dios por medio de ella. El humilde entiende y acepta la promesa de Jesús hoy: “si ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”.

Hay muchos peligros que hay que evitar en toda oración: quedarse en lo puramente externo, volviendo la oración “sentimentalista”, nuestra fe no es de sentimientos, aun cuando estos puedan darse, nuestra fe es de certezas (cf.Hb.11,1). Otro peligro que hay que evitar es que la oración sea puramente intimista, yo y Dios, sin interesarme lo que pase alrededor, para ellos Santiago les dirá que la “fe está completamente muerta” (Stgo.2,14-18). Otro peligro, buscar a Dios para “robarle un milagro” y no para vivir conforme a lo que Él mismo quiere rechazando todo seguimiento; el ciego entendió que debió seguir a Jesús y no se quedó en el milagro recibido por Él (cf.Mc.10,51-52). Otro peligro es que no nos desanime el que haya gente que pueda cuestionar la oración, sea personal o comunitaria, sea de una forma u otra, si parte de un corazón de fe y lleno de esperanza, y si se vive la comunión con la Iglesia; avancemos en esta apertura al Señor que siempre espera que le pidamos, que le alabemos, que le demos gracias, que le ofrezcamos, etc.

El que se fía de Dios, hace del Padre Nuestro, no sólo su oración, sino un medio para crecer o vivir según lo que Dios quiere.

Dios siempre escucha un ruego humilde y lleno de fe.

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