Jesucristo nos habla, como en los domingos precedentes, por medio del evangelio de San Mateo. Hoy nos sigue presentando algunas parábolas para que lleguemos a una mayor comprensión del sentido del Reino de Dios que Él viene a proclamar. En concreto reflexionamos en base a tres conocidas parábolas: 1ª la del hombre que sembró buena semilla pero apareció también la cizaña; 2ª la del grano de mostaza; 3ª la de la levadura en la masa.
Vamos a analizar brevemente cada una de ellas.
1ª La buena hierba y la cizaña: esta parábola afirma con claridad que entre la siembra y la siega existe un largo tiempo y, si no se toman las precauciones debidas, pueden aparecer agentes internos y externos que nos influyan para actuar incorrectamente. La reacción que Dios quiere ante esta experiencia es la de una paciente tolerancia sin precipitaciones que nos hagan perder el horizonte de nuestra vida. El discernimiento y la decisión deben llegar a su tiempo después de una profunda reflexión. La eficacia en la aceptación y proclamación del Reino de Dios no está en arrancar la mala hierba sino en dejar que la semilla buena produzca su fruto. Para ello el trabajador, el apóstol, cada uno de nosotros tiene que sembrar esa semilla, cuidarla y atenderla con esmero y, su propia fuerza acompañada con el espíritu de Dios, producirá el fruto de la cosecha. Incluso puede suceder que, como fruto de la conversión, la cizaña se convierte en buena semilla. Como podemos observar, esta parábola es un canto a la tolerancia, la paciencia activa y la aceptación.
2ª y 3ª El grano de mostaza y la levadura: ambas parábolas nos presentan enseñanzas muy parecidas. El Reino de Dios es pequeño al comienzo, casi insignificante como el grano de trigo que se esconde en la tierra pero al final, con la colaboración de todos, resultará espléndido. El Reino de Dios está oculto pero el poder de transformación es inimaginable. Las dos parábolas están encaminadas a infundir confianza en la fuerza de Dios que se manifiesta en los valores y presencia de su Reino. La levadura en la masa es humilde, silenciosa, anónima, casi insignificante pero muy eficaz, se deja notar. Esta parábola es un canto al optimismo y a la confianza que el Señor ha depositado en nosotros en la colaboración por construir un mundo, donde se asienta su Reino, cada vez más cercano a sus propios planteamientos. Todos somos necesarios y agentes de cambio desde el servicio. Nos corresponde descubrir nuestra propia función y actuar con disponibilidad y humildad para cooperar en la extensión del Reino de Dios en el mundo.