LA “MEJOR PARTE” DE LA VISITA DE DIOS

Una de las leyes no promulgadas pero muy frecuentemente asumidas en el mundo antiguo era la hospitalidad. Debido al carácter migratorio que se vivía en los tiempos patriarcales, los peregrinos eran bien atendidos puesto que todos en algún momento pasarían por esa experiencia y sabrían de la necesidad de lo que implicaba viajar. Incluso, se esperaba que tales peregrinos les anunciasen buenas nuevas, convirtiéndose esta ley de hospitalidad en una especie de ritual de visita del mismo Dios que podría traer su bendición. Abraham, atiende a los tres peregrinos en su campamento y se desvive por ofrecerles la mejor de las atenciones, y ante lo hecho, aquellos mensajeros le anuncian la buena nueva del nacimiento de su hijo, el hijo de la promesa. Dios lleva adelante su plan con Abraham, y confirma por medio de sus mensajeros que es el momento que el mismo Abraham contemple la realidad de la alianza que ha recibido.

Muchos autores refieren que la carta a los colosenses ha sido escrita por un círculo de discípulos de Pablo, quienes, ante el éxito de su misión en tiempos posteriores a su muerte, empiezan a revindicar su figura tan polémica en los tiempos apostólicos. Aquí, es presentado como el mártir, ejemplo de paciencia ante el sufrimiento, así como también el ministro nombrado por la comunidad, entendida como una corporación más organizada. La doctrina eclesial se va fundamentando en un tiempo donde ya se intuye que todo lo concerniente a Jesús no es más que la aplicación de un misterioso plan salvífico, y como parte de él, la apertura a los paganos es más que una realidad.

Escucharemos en el evangelio un pasaje muy anecdótico en su presentación, pero muy profundo en su reflexión. Una familia acoge a Jesús como parte de aquella tradición de bienhechores que hospedaron a los peregrinos misioneros de los tiempos apostólicos. Se empieza a atribuir la atención a los evangelizadores como la visita del mismo Cristo. Es evidente, que la cuestión propia de la enseñanza de este pasaje no gira en torno al carácter de servicio de Marta pues no hace sino aplicar una ley de hospitalidad muy bien valorada en su entorno, sino más bien busca resaltar de sobremanera la actitud receptiva a la Palabra o enseñanza de Jesús para lo cual es importante asumir una completa disposición a la escucha, a modo de discípulo. Y es aquí donde entra a relucir la figura de María, que, para sorpresa de muchos, adopta una postura de discípulo desafiando el contexto social de su época en la que las mujeres debían dedicarse más a las labores domésticas que a estas propias de los varones. Este pasaje revela la homogeneidad de la comunidad lucana, y el estímulo a buscar ser receptores de la Palabra anunciada, un mensaje que tiene como destinatarios a hombres y mujeres por igual. Aunque no se desmerece la atención en hospitalidad, se pone como prioridad (“la mejor parte”) la escucha atenta a la Palabra, y a una Palabra encarnada, aquella que es capaz de llegar al corazón, presentándose como buena noticia, y propiciando la trasformación de las opciones y decisiones fundamentales de la humanidad para vivir plenamente su salvación.

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