ESPERANZA: PALABRA BENDITA

Esta vez las comparaciones nos acompañarán en esta reflexión y han sido tomadas del mundo natural, más específicamente, del reino vegetal. Sabemos que el profeta Ezequiel vive de cerca la experiencia del exilio, y su ministerio encarna la esperanza de un renacer a pesar de que los reyes que se sucedieron en este tiempo no abrigaban muchas expectativas de liberación. Aquella primera rama de cedro arrancada para ser plantada simbolizaba a Jeconías que, al subir al trono, fue deportado por los babilonios, y la nueva rama, correspondería a Sedecías, su tío, quien reinaría en aquellos tiempos de exilio. Sabemos que todo rey, a pesar de la circunstancia que fuera, mientras formara parte de la dinastía davídica, personificaba la esperanza de Israel. Sabemos por las profecías de Ezequiel como de Jeremías, que estos se oponían a la resistencia frente a los babilonios, pues comprendían que era la lección que debía pasar Israel para volver a confiar en Dios. La lectura profética, si bien es cierto, es de crítica y rechazo a un pueblo que fue infiel a Dios también es un estímulo para permanecer firme en la esperanza de que Dios permite de forma no tan clara tremendo desastre para una futura restauración, aprendida la instrucción acerca de la fidelidad. En sintonía con estas comparaciones llegamos a estas parábolas que encontramos en el capítulo 4 del evangelio de Marcos, todas sobre el mundo del campo: parábola del sembrador, de la semilla que crece sola y del grano de mostaza. La propuesta del evangelio es sobre las dos últimas parábolas. Siendo parábolas tendríamos que ver dónde se halla la exageración. En el primer caso, el Reino de Dios se parece a una semilla que crece sola. Sorprende la descripción porque aquel hombre la echó en el campo y ella sola creció sin mayores cuidados que la producción de la misma tierra, pero cuando llega la cosecha, aquel hombre recoge el fruto de lo que prácticamente no trabajó. Si estamos en sintonía con la predicación del Reino, aunque es preciso colaborar en el sembrado de la “palabra”, es Dios quien en definitiva la hace crecer y fructificar. Los frutos, llegados al final, son para agradecer a Dios más que a los hombres (nosotros), de allí que el Reino de Dios, no parará de crecer en el corazón de quien se dejó sembrar la semilla. La segunda comparación es una semilla de mostaza, muy pequeña de por sí, que cuando es sembrada convenientemente, es capaz de elevarse entre las hortalizas del campo siendo capaz de cobijar a las aves en sus ramas. La admiración está en que siendo pequeña al comienzo termina haciéndose grande y propicia para otros menesteres como el de las aves, por tanto, no solo basta el futuro promisorio sino la confianza en la pequeñez del presente. No es fácil mantener viva la esperanza especialmente cuando el presente se mueve en la “pequeñez” de posibles huellas de que las cosas pueden cambiar y menos cuando se comprueba que las cosas no se disponen tanto a un objetivo promisorio. Pero, aún con esto, se nos pide confiar. De allí el énfasis porque el final sea visto como algo grandioso, algo justamente “no esperado”, pero real, tranquilizador, extraordinario. Ahora podemos ver la vinculación con la exhortación de Pablo en esta segunda carta a los corintios. Pablo manifiesta la oscuridad que lo ha ensombrecido puesto que ha sufrido más que nadie las inclemencias de los viajes misioneros y la incomprensión de ciertos detractores a su apostolado. Pero él está convencido que Dios es quien en definitiva juzgará lo realizado. Sabe que los años pasan y pesan, y que aunque peregrinos y extranjeros por este mundo

pasamos, nadie nos podrá quitar desde la confianza en Cristo la paz de una vida perdurable. Hoy no lo vemos, pero mañana lo contemplaremos; hoy nos toca confiar y tener fe, mañana gozar y descansar. Para los cristianos, el mañana no es un truco para continuar, es una certeza que nos impulsa a dar un salto al vacío confiando que seremos cargados por nuestro Dios para ser llevados a un estado particular, al que solo podemos describir con lo mejor que podemos imaginarnos elevado a la enésima potencia. Que nos digan ilusos, pues no habrá más que aceptar este título. Esperanza, palabra bendita, pero poco entendida. Ayúdanos Señor a comprenderla y poder proclamar con confianza: “es bueno darte gracias, Señor”.

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