Queridos hermanos, una vez más tenemos la hermosa oportunidad de manifestar nuestra cercanía al Señor y nuestra adhesión de fe. Es el día en que la familia se une entorno al altar para darle gracias a Dios por todos los beneficios que nos regala. No perdamos de vista nuestra esencia, es el día del Señor, día de bendición.

Por sus frutos los reconocerán. Este puede ser el resumen y el mensaje central del evangelio de este domingo. Toda la figura del mensaje se centra en la verdadera relación que une tres momentos: oportunidad para crecer desde donde nos encontremos con las vicisitudes de la vida, la misma que nos permite proyectarnos a una vida plena; oportunidad para florecer, es la mejor visión que podemos tener como cristianos nunca dejar de florecer, nunca dejar de transmitir como las flores un aroma agradable y una belleza encantadora; oportunidad para dar frutos, creo que es lo mejor que podemos dejar, frutos buenos, que produzcamos al 100 por 100, y los frutos que estén mal, sea una revisión de vida para decir qué no hemos hecho bien para que todos los frutos estén al mismo nivel y al mismo sabor.

El Reino de los cielos se parece… se parece a todo un vida llena de amor y entrega. Nuestra promesa es mayor que nuestro propio esfuerzo. Hay que mirar con gratitud el don de la tierra, don que nos permite tomar de ella los nutrientes necesarios, nutrientes que fortalezcan nuestra propia vida que tiene que dar buenos frutos. Es buscar en esta línea la mejor tierra para sembrar y pueda en ella germinar la semilla de la fe, esperanza y caridad, estos los nutrientes necesarios que no deben faltar en la vida y vocación del cristiano.

Quisiera parafrasear un canto conocido “Y todo árbol que en mí no diera fruto, será cortado y echado al fuego”. Dentro de esta perspectiva también es necesario hacer la poda correspondiente, para que nuestra vida y la de los hermanos se renueven. No es el deseo de tirar todo a la basura, no es la intención de decir que no sirvo para nada, no puede existir la negatividad en nuestra vida, debemos aprender a valorar y potenciar nuestras cualidades.

En el granito de mostaza vemos reflejada la promesa del Señor, lo pequeño será engrandecido. Así la mostaza es la sencillez reflejada en la siembra de toda planta, porque con el tiempo que va creciendo podremos saber cuán provechosa será para los hermanos su nutriente, es decir su testimonio de vida, su entrega, su capacidad de albergar en sus ramas a otros hermanos que encuentren paz y fortaleza.

Queridos hermanos: es el tiempo propicio para emprender con nuestras vidas la carrera de dar y presentar buenos frutos. Quizás no veremos nuestros frutos, pero las próximas generaciones serán las que nos valoren por el esfuerzo que hemos dedicado a nuestra vida de cristianos.

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