Con la imposición de la ceniza, símbolo de conversión y de humildad, iniciamos el tiempo de Cuaresma. La Iglesia nos propone cuarenta días de intensificación cristiana y para prepararnos adecuadamente a la celebrar con gozo y esperanza la Pascua del Señor.

La liturgia de la palabra de este primer domingo, concretamente el Evangelio de San Mateo, nos describe las tentaciones de Jesús en el desierto. Intentan desviar al Señor de la fidelidad a la voluntad de Dios. Las tentaciones de Cristo son el intento de destruir la confianza incondicional que Jesús tiene en su Padre a pesar de lo duro de su misión: anunciar e instaurar su Reino en situaciones muy difíciles.

También los creyentes a lo largo de la vida, nos vemos asaltados por la tentación. Con ella, Dios pretende probar nuestra fidelidad, espíritu de lucha y superación ante las dificultades que irrumpen en la vida.

La primera tentación, a la que debemos estar alerta y superar, es creer en el tener más que en el ser. La sociedad consumista nos envuelve de tal manera que podemos pensar que la felicidad y la proyección de nuestros objetivos giran en torno a satisfacer nuestras necesidades materiales. Las cosas, por sí solas, no favorecen el sentido auténtico de la vida, Dios es el origen, la fuente y la meta de la verdadera vida. Cristo, al superar esta primera tentación, nos invita a la solidaridad y a la fraternidad.

La segunda surge al confundir la fe con una comprobación evidente. Pedimos que Dios se nos manifieste con signos deslumbrantes. Pretendemos creer porque vemos, no porque nos fiamos de Dios mismo. Buena oportunidad a la luz del ejemplo de Jesucristo para descubrir que la gracia del Señor nos acompaña siempre, en los momentos de gozo y de dolor, de entusiasmo y pesimismo, de ansiedad y de paz. La grandeza de nuestra relación con Dios estriba en reconocerlo en las cosas sencillas, en nuestro diario vivir.

La tercera gira en torno al dominio y poder. Es legítimo y necesario aspirar y reconocer la autoridad para mantener el orden en nuestra sociedad y todos estamos comprometidos a ejercerla en nuestras propias relaciones humanas y en el ambiente donde nos desenvolvemos pero desde un espíritu de humildad y de servicio, no buscando el interés personal. Jesús, al superar esta tentación, nos exhorta a utilizar los medios adecuados para alcanzar el poder y a llevarlo a cabo con espíritu de servicio y amor.

Sigamos atentamente el camino de la fidelidad a Jesús desde su Palabra que anuncia y vive. Lo que Él venció con su propia voluntad y la ayuda del Espíritu puede ser superado también por nosotros.

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