EL DRAMA DE LA CRUZ

Llegamos al Domingo de la Pasión y abrimos esta Semana Santa esperando el paso salvador de Cristo en nuestras vidas.

Una vez más, como todos los años, escuchamos uno de los cánticos del “Siervo del Señor” del profeta Isaías, que nos propone esta liturgia. Leyendo tal como está en este escrito, sin pensar en fijarlo con alguien en particular (algo que sí haría la comunidad cristiana), podemos intuir que estamos ante una inspiración profunda de un creyente que puso su confianza en Dios a pesar de tener que afrontar un momento muy difícil, como fue el de recibir afrentas por causa de su fe. Esto nos sonaría muy bien si escuchásemos hoy que alguien nos cuestione de la siguiente forma: “Todo lo que te pasa y, ¿sigues esperando en Dios?”. “Mira la realidad, tan deprimente todo, tanta maldad ¿para qué sirve la fe? ¿en qué ayuda ser cristiano hoy?”. Hoy como ayer, siguen dándose las dudas de siempre, y una vez más el “Siervo del Señor” sigue soportando en silencio las burlas, sigue confiando en Dios, sigue esperando que las cosas cambien, sigue señalándonos el camino de la constancia y la fidelidad.

Podemos distinguir tres momentos en este pequeño fragmento:

1. Lo que le dio el Señor y aportó el Siervo. El Señor le concede a su siervo una lengua como de discípulo para poder ayudar con una palabra de aliento a quien está cansado. ¿No habría sido mejor una lengua de sabio, o de un profesional, o de un personaje importante? No, se necesita una de discípulo, pues este sí es capaz de reconocer que necesita ayuda, y sabe que lo poco que pueda aprender de su experiencia de fe puede compartirlo, porque se solidariza con sus hermanos que pueden encontrarse en la misma situación en que él se encontraba. Hay tantas palabras de odio y desprecio en nuestro entorno que necesitamos desterrar y, más bien, hay que procurar derrochar palabras de aliento y entusiasmo a los decaídos de esta vida, como nos gustaría que lo hicieran con nosotros. Por eso, Dios se adelanta e intenta familiarizarse con el oído de su siervo, mañana tras mañana, para que éste pueda escuchar su voluntad salvífica y obedecer a su Señor. Por ello, el discípulo está llamado a confiar, a caminar siguiendo los pasos de su Dios y maestro. Y, por ello, no debe desviarse, no puede ni debe hacerlo.

2. Lo que recibió de sus enemigos. Aquí viene lo contradictorio. A mayor fidelidad más capacidad de aguante ante los insultos y afrentas. La salvación no depende de las fuerzas humanas, sino de la intervención final de Dios. La insensatez no puede ganar, no puede vencernos la venganza y la cólera que se plasma en palabras y actitudes violentas, de respuestas que solo llevan a más violencia y desquite. Por ello, esta actitud del Siervo se convierte en sinónimo de fidelidad plena y absoluta, la de alguien que ha puesto verdaderamente su confianza a pesar de las afrentas y maledicencias. Estos enemigos, oscurecidos por su ignorancia y maldad, no pueden tener la última palabra, no van a doblegar al “Siervo del Señor” sin más.

3. Lo que recibirá después: Dios saldrá a su encuentro y ofrecerá su ayuda. La humillación no lo vencerá y no pasará vergüenza porque Dios lo reivindicará. Dios tiene la última palabra y pondrá a la luz todo lo malo para que justamente se den cuenta de la fidelidad de su siervo que supo soportar con dignidad la ignominia.

Como vemos el tema de fondo es la fidelidad a Dios hasta el final. El Siervo se confronta en su situación de creyente, de hombre de fe y de esperanza. A veces, hemos renunciado a la fidelidad de seguir a Cristo apoyándonos en las comodidades y en los falsos refugios de sostenibilidad, por lo que, cuando nos vemos cuestionados, criticados, inmediatamente nos escudamos justamente en esas seguridades vanas. Necesitamos poner nuestro rostro como pedernal en los duros y difíciles momentos; allí donde estamos verdaderamente llamados a ser los fuertes. Este es el Siervo del Señor, el de ayer, el de hoy y el de siempre.

Ahora podemos comprender porque la primera comunidad cristiana releyó en clave profética (cumplimiento) este cántico del “Siervo del Señor” y entendió que estaba ante una prefiguración de Jesucristo, el auténtico Siervo, el que supo confiar y mantenerse fiel hasta la cruz, venciendo a la muerte con su resurrección. Pablo, propone esta composición inspirada en su relectura de las Escrituras, resaltando sobre todo el aspecto de la humildad y la obediencia de Jesús. Aquel que estaba como la Sabiduría del AT junto al Padre, ha descendido para hacerse uno de nosotros, y llevar a plenitud el plan de salvación con su exaltación en la diestra de Dios. Así, la fidelidad de Jesús se hace efectiva por su obediencia al Padre. Aquel “anonadamiento” muchas veces reflexionado desde categorías demasiado abstractas y filosóficas, puede ser mejor entendido desde el “vaciarse a sí mismo”, “verterse todo”, como la imagen fiel de aprender a dejar espacio para la acción salvífica de Dios en la misma condición humana, y desde allí mantenerse fiel hasta una muerte, y una muerte de cruz. De allí, que el misterio salvífico no solo queda concentrado en el misterio de la cruz sino en la exaltación de Cristo, aquel que al haberse logrado vaciar, se llenó de nuestra humanidad; terminó de revestirla de esplendor, para darnos cuenta de que nuestra vida es auténtica y es importante para Dios. Esta es la Buena Noticia y esta es la reivindicación de la humanidad pecadora. Esta es la obediencia de la cruz a la que estamos llamados a vivir.

Este ciclo B, se nos propone escuchar la proclamación de la Pasión según San Marcos, un relato que se teje entre el drama, el silencio de Jesús y la puesta en marcha de las fuerzas opositoras a la Buena Noticia. Jesús se queda solo en este momento difícil. Todos huyen de la manera más insospechada (muy bien retratado con aquel joven del huerto que se escapa desnudo, Mc 14,51-52). La última lección del discípulo que proponía el autor de este evangelio era justamente la que tenía que aprender en el momento de la cruz junto a su Maestro. Pero no hubo nadie, todos lo abandonaron. Aun con todo esto, Jesús supo esperar y confiar en ellos pues les prometió que después de resucitar iría delante de ellos a Galilea, para empezar de nuevo. Marcos ve necesario unir sus dos temas para él predilectos: el secreto del Mesías y el discipulado, y lo vemos gratamente manifestado, en el momento de la cruz, en la personificación del centurión romano que proclama sin atenuantes que aquel era verdaderamente “Hijo de Dios”. Aquel que vio lo que estaba sucediendo, supo mirar con ojos de fe lo que no se supo ver en Cafarnaúm, en Nazaret, en el Mar de Galilea, en Jerusalén; sanando, exorcizando, dando de comer, enseñando, contando parábolas ….; había que verlo en la cruz.

¿Qué le habría motivado a proclamar esto aquel hombre? Hay muchas cosas que se juntan y que podríamos referir como causales: silencio, paz interior, perdón, confianza, lágrimas, abandono en las manos del Padre, esperanza…muchas cosas podríamos añadir. El punto es que aquel pagano contempló la muerte de un hombre justo que nunca levantó una palabra de venganza o de odio hacia sus verdugos. Aquel crucificado tenía algo de Dios.

¡Cuánto necesitamos de estos días santos para meditar! Nuestra sociedad está ensombrecida por el pecado, por la violencia, por la corrupción; pero no debemos permitir que nos roben la esperanza. Ya no requerimos de más “Cristos crucificados”, de más hombres justos que tengan que ser inmolados; necesitamos de perdón y reconciliación, pero solo se puede llegar a esto si trabajamos la formación de la conciencia, y nos preocupamos de examinarnos bien y llorar nuestros pecados para acoger los brazos misericordiosos de nuestro Padre de Dios que siempre estará allí esperándonos. Así, esto nos motivará sin más a “contar tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré”. Esperemos hacerlo en el domingo de Resurrección.

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