Después de haber celebrado la fiesta de Pentecostés, momento en que hacíamos memoria que la promesa hecha por nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos de enviar desde el Padre a un nuevo defensor se da por cumplida y ya desde ese momento todos los creyentes vivimos bajo su guía y protección.

Es cierto que cada año celebramos la fiesta solemne de Pentecostés y nos volvemos a alegrar por la llegada del Espíritu Santo, pero nos alegramos porque Dios cumple su promesa una vez para siempre.

Celebramos este domingo la fiesta solemne de la Santísima Trinidad, misterio central de nuestra fe, que nos lleva a confesar que hay tres personas distintas pero un solo Dios verdadero.

Intentaremos comprender este misterio de nuestra fe a partir de la meditación del evangelio que se proclama este domingo.

Lo primero que encontramos es una afirmación que no deberíamos olvidar nosotros a lo largo de nuestra vida de fe y es que el amor que Dios nos tiene lo llevó a entregar a su Hijo único para que todos tengan vida eterna y para que ninguno perezca o se pierda. Ya en esta afirmación aparece el Padre enviando a su Hijo único a quien envía para que cumpla una misión que consiste que el mundo se salve por medio de Él y tengan vida eterna.

La segunda afirmación es que el Hijo es enviado por el Padre para que el mundo se salve por Él. Conviene fijarnos lo que afirma en negativo “Dios no mando a su Hijo al mundo para juzgar al mundo”. Queda claro entonces que la voluntad del Padre, movido por su amor al mundo, es salvarlo por medio de su Hijo único.

Si bien es cierto que la voluntad de Dios es salvar a todos por medio de su Hijo único, también encontramos la afirmación que se salvan los que creen en su enviado. ¿Pero cómo creer en su enviado?

Conviene aquí recordar una afirmación que leíamos el domingo pasado en la segunda lectura: “nadie puede decir Jesucristo es Señor, sino bajo la acción del Espíritu Santo.” Lo que nos debe llevar a reconocer que, junto al Padre y el Hijo, el Espíritu Santo actúa en favor de nuestra salvación porque nos ayuda a confesar nuestra fe en el Señor Jesús.

Hasta aquí descubrimos a las tres personas distintas que conforman la Santísima Trinidad y cuál es su actuación en favor de nosotros. Será por eso que el deseo del apóstol en la segunda lectura al final termina deseando que “la gracia del Señor Jesucristo. El amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo permanezcan siempre con ustedes.”

Para reforzar la primera afirmación que hace el texto del evangelio este domingo sobre el amor de Dios en favor del mundo, es bueno recordar aquí las palabras pronunciadas por el Señor al pasar delante de Moisés en Ex34, 6-7 “el Señor, el Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, que conserva la misericordia hasta la milésima generación…”. Digo que es bueno recordar estas palabras ya que al hacerlo podremos superar aquella imagen con la que muchos crecimos, la imagen de un Dios castigador y vengativo. Y qué al superar esta imagen, crezca en nosotros aquella otra que nos es mostrada en las lecturas de este domingo: Dios Padre que nos ama y quiere salvarnos, Hijo único que viene para salvarnos no para condenarnos, Espíritu Santo que nos ayuda a confesar a Jesucristo como el Hijo único de Dios que es enviado para salvarnos.

FELIZ FIESTA SOLEMNE DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD PARA TODOS USTEDES Y QUE EL AMOR MISERICORDIOSO DE NUESTRO PADRE DIOS INUNDE NUESTROS CORAZONES Y SE LLENEN DE ALEGRÍA.

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