Hermanos:

En la solemnidad de la Epifanía del Señor, recuerdo a mi amigo Epifanio. Ya no sé dónde lo conocí. Solo recuerdo algunos detalles de él: casi cincuentón, paraba quejándose de su nombre. Un día se me dio la oportunidad de hacerle sentir mejor con respecto a su nombre. “No es cualquier nombre”, le dije. Y en muchos días intenté explicarle su origen. Le decía, por ejemplo, que la palabra epifanía, de donde viene su nombre, es griega y significa “manifestación”, y que a los cristianos nos recuerda el momento en que el Hijo de Dios, aún niño, se dio a conocer a todo el mundo. Le conté también la historia de la visita de los magos de oriente al niño Jesús y de los regalos que le llevaron, ya que esta es la lectura evangélica propia de la fiesta de la Epifanía.

Notando la curiosidad y el interés de mi amigo, profundicé en la explicación. Seguí diciéndole que antes que Jesús naciera, los judíos esperaban la venida de un salvador. El profeta Isaías había dicho que Dios iba a enviar un Mesías para librar al pueblo de Israel de toda opresión. Cuando Jesús nació se cumplió esta profecía, porque él era el Salvador que Dios mandó al mundo. Sin embargo, en un principio solo los padres de Jesús, algunos otros familiares (Isabel y Zacarías, por ejemplo) y unos cuantos pastores se enteraron de la gran noticia. Casi nadie sabía que en ese pesebre de Belén estaba el propio Hijo de Dios, el Mesías que todos los judíos esperaban. Le dije a don Epifanio que noticias como esas no pueden quedar mucho tiempo en secreto, porque son demasiado grandes y buenas como para esconderlas. Además, le dije, Dios no quería esconderse, más bien le interesaba que todo el mundo se enterara que ya había nacido el salvador. El momento en que la noticia de la llegada del Mesías se hizo, por así decir, “pública” llegó con la visita de los magos de oriente.

Epifanio me dijo que había escuchado hablar de los reyes magos, pero que no tenía ni idea que precisamente ellos colaboraron para darle sentido a su nombre. Le tuve que explicar que estos personajes eran una especie de científicos (astrólogos probablemente) que vivían en la región de Mesopotamia, y que, por un designio absoluto de Dios, les fue revelado que en Belén había nacido el nuevo Rey de Israel. Le pedí a mi amigo que tratara de entender esta circunstancia: estos hombres no eran judíos, no conocían la profecía mesiánica de Isaías, nunca habían oído hablar de salvación, ni de liberación, ni de nada parecido, y sin embargo a ellos también Dios les comunicó el nacimiento de su Hijo. En esto notamos el deseo de Dios de ser conocido por todo el mundo (no solo por el pueblo judío). En el momento en que estos magos llegaron al pesebre donde se encontraba el recién nacido y pudieron verlo y adorarlo con sus regalos, fue cuando la gran noticia de la llegada del Salvador se hizo conocida. Le dije a mi amigo: “ese fue el momento de la Epifanía, ese fue el momento de la manifestación de Dios a todos los hombres”.

Después de esta explicación, creo que don Epifanio fue entendiendo la importancia de esta fiesta y la importancia de su nombre. Pero aún me quedaba algo por expresarle. Le comenté que la solemnidad de la Epifanía del Señor es importante porque nos demuestra que Dios vino al mundo no solo para salvar al pueblo judío, como lo decía la profecía de Isaías, sino que, en el hecho de darse a conocer a personas desconocidas y paganas como los magos, se revela que la salvación de Dios es para todos los hombres de todo el mundo y de todos los tiempos. Nuestro Dios es Dios de todos. Además, le dije, los magos no llegaron donde el niño con las manos vacías. Le conté que, según lo que nos dice san Mateo, estos magos le ofrecieron al niño Jesús lo mejor que tenían: oro (el metal más precioso), incienso (el aroma más exquisito) y mirra (la yerba más medicinal de ese entonces). Terminé diciéndole que este detalle es para nosotros una invitación a tratar de ofrecerle a Jesús lo mejor de nuestras vidas, de la suya y de la mía. Claro, antes debemos reconocerlo como nuestro Rey y nuestro Salvador.

Espero que después de esa explicación, mi amigo Epifanio no se queje más por su nombre. Como no lo he vuelto a ver, no lo puedo asegurar. Eso sí, ojalá que ustedes, aunque no se llamen así, hayan entendido el significado de esta fiesta.

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