Domingo de Ramos es un muy buen día para iniciar la Semana Santa y, sobre todo, el Triduo Pascual. Como recordarán, Muerte y Resurrección son los dos componentes esenciales del Misterio Pascual, que celebramos en esta semana. Pues bien, en los evangelios de la Fiesta de Ramos se nos habla de muerte y de vida. De vida y éxito en el evangelio de la bendición de los ramos y entrada triunfal de Jesús en Jerusalem (Mc 11, 1-10), que llegarán a su clímax en el Domingo de Pascua con la Resurrección. De muerte y aparente fracaso, en el evangelio de la misa que sigue a la procesión de los ramos (Mc 14, 1-15.47), que se concretarán en la Muerte del Señor el Viernes Santo.

Pero hoy es hoy y aunque Jesús sabe muy bien todo lo que le espera, quiere darse un día de gloria, como lo hizo en la Transfiguración (Mc 9, 2-10), un día que sea al mismo tiempo una gran y nueva oportunidad para que su pueblo recapacite y lo acepte como el Mesías esperado. Estaba escrito que el Mesías entraría en Jerusalén montado en un borriquillo (= un cadillac de hoy), entre gritos de júbilo y agitar de palmas (Is 62,11; Za 9, 9). Es lo que hace Jesús, con harto escándalo de los fariseos que le reprochan el que esté haciéndose pasar por el Mesías, y le exigen que haga callar a la gente que le aclama. La respuesta de Jesús no se hizo esperar, tajante: “si estos callan, gritarán las piedras”.

Desde entonces los cristianos venimos celebrando esta entrada triunfal de Jesús en Jerusalem, reconociéndolo como el Cristo e Hijo de Dios. Y le acompañamos entre cantos y agitar de palma y ramos de olivo, uniéndonos a su fiesta. Una buena ocasión ciertamente para proclamarlo como nuestro Rey y Señor y para dar testimonio público de nuestra fe en El. Una buena ocasión también para renovar nuestra adhesión al Señor y para hacerla más patente, leal y valiente.

Llama la atención la manera sencilla con la que, en este día, los fieles expresan su fe: con unos ramos de olivo, que elevan y agitan, significando la elevación de sus almas y la preocupación por los demás. Estos ramos son tan importantes que hacen que este Domingo se llame de Ramos. Y que los bendigamos para que se conviertan en un sacramental, es decir en signo sensible de nuestra fe en el Señor y de su favor por nosotros. Es por ello que los colocamos detrás de la puerta de la casa, para que el Señor la defienda y nos defienda.

Que “tus hijos sean como renuevos de olivo en torno a tu mesa, Señor” (Sal 128). Y que este inicio de la Semana Santa nos anime a vivir santamente cada día de la semana.

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