Queridos hermanos:
Muchas personas reaccionan mal cuando alguien les corrige. Es cierto que en muchos casos las correcciones no se hacen más que con la intención de humillar mal alguien, pero no es la idea ni la finalidad de las correcciones fraternas. En reflexiones pasadas hemos visto cómo una buena corrección fraterna tiene la capacidad de mejorar las conductas de las personas y las relaciones interpersonales. Pues bien, digamos que las correcciones se hacen con la intención de hacer mejor a la otra persona. Y de parte de la persona que recibe la corrección, lo ideal es que ésta suscite en ella una reflexión profunda que le lleve a detectar cuál es la actitud que debe mejorar. Ambas cosas van de la mano: la buena intención del que corrige y la buena disposición del que es corregido. No hay motivos, pues, para recibir mal una corrección. Más bien, las llamadas de atención que recibimos debemos tomarlas como motivos para una autoevaluación.
Esta introducción es a propósito del evangelio de este domingo. Tranquilamente podemos tomar la parábola que se cuenta en él como una llamada de atención que Jesús le hace a todo el pueblo de Israel con la finalidad de que éste analice su actuación frente a las bondades que Dios les ha dado a lo largo de la historia. Para entender la simbología que usa Jesús en esta parábola, llamada “la parábola de los viñadores asesinos”, debemos echar una mirada a la primera lectura tomada del libro de Isaías. Normalmente, en la literatura bíblica, cuando se habla de una “viña” se está haciendo referencia al pueblo de Israel: “El viñedo del Señor todopoderoso, su sembrado preferido, es el país de Israel, el pueblo de Judá” (Is 5,7). Pues bien, usando unas metáforas hermosas, Dios, en boca del profeta, se queja de la manera cómo el pueblo de Israel, su viña, ha reaccionado frente a los continuos favores que él les dio: “Mi amigo tenía un viñedo en un terreno muy fértil. Removió la tierra, la limpió de piedras y plantó cepas de la mejor calidad. En medio del sembrado levantó una torre y preparó también un lugar donde hacer el vino. Mi amigo esperaba del viñedo uvas dulces, pero las uvas que éste dio fueron agrias” (Is 5,1-2). Este es el dilema de Dios en la primera lectura: Dios esperaba que ante tantas muestras de amor (la tierra prometida, la liberación del Egipto, la protección frente pueblos invasores, la guía de jueces y reyes, etc.), su pueblo, su viña, reaccionara también con amor y fidelidad; en cambio, el pueblo fue infiel a Dios: “El Señor esperaba de ellos respeto a su ley, y sólo encuentra asesinatos; esperaba justicia, y sólo escucha gritos de dolor” (Is 5,7).
En la parábola que leemos en el evangelio, Jesús retoma la metáfora de la viña para hacerle ver a los líderes del pueblo judío (Cf. Mt 21,23), a modo de evaluación, cuál era su comportamiento real frente a Dios. De hecho, la parábola habla una vez más de una viña bien cuidada por su dueño, como en el caso de la primera lectura (Cf. Mt 21,33), y de la que el dueño esperaba buenos frutos. Pero los “encargados” de recoger esos frutos (entiéndase aquí “los líderes religiosos del pueblo judío”), en vez de hacerlo, reaccionaron en contra del dueño y maltrataron y mataron a sus enviados. Jesús mismo dice en la parábola que el dueño envió “a su propio hijo” para recoger los frutos de su viña, en una clara alusión a su propia misión (Cf. Mt 21,37-39). Al final de la parábola, la historia de la viña y del pueblo de Israel no termina bien; es una historia que ya conocemos: los “viñadores” mataron incluso al hijo del dueño de la viña y el pueblo se quedó sin frutos y los viñadores sin viña (Cf. Mt 21,40-46).
Definitivamente, el intento de corrección de Jesús a los líderes judíos no funcionó. Éstos no fueron capaces de recibir correctamente la invitación que Jesús les estaba haciendo a autoevaluar su actuación frente a Dios. Se quedaron con su capricho, con sus propias convicciones y con la autosuficiencia de aquellos que piensan que nunca se equivocan. Lo triste es que, por esa actitud, perdieron la opción de gozar del Reino de Dios que es el premio de los que verdaderamente reconocen sus errores y se convierten: “Por eso les digo que a ustedes se les quitará el reino, y que se le dará a un pueblo que produzca la debida cosecha” (Mt 21,43). Sin embargo, más triste sería que a nosotros, a estas alturas de la historia, nos pase lo mismo que a los líderes judíos. Por eso, tomemos este mensaje como una corrección que nos hace el propio Jesús. Esta parábola puede ser hoy para nosotros un motivo de evaluación de nuestra relación con Dios. Asumamos, por ejemplo, que la viña de las lecturas de este domingo somos nosotros, nuestra familia, nuestra comunidad, la Iglesia, y pensemos en todo lo que ha hecho Dios para enriquecernos con la finalidad de que demos buenos frutos. ¿Estamos dando los frutos que Dios quiere? ¿Alguna vez hemos desperdiciado las gracias con las Dios ha adornado “su viña”? Esta es la evaluación que nos puede prevenir de terminar con el mismo destino que el pueblo de Israel. Repito: las correcciones no son malas si se asumen como un motivo para mejorar, y más aún si las correcciones, como en este caso, las hace el mismo Jesús, que quiere siempre lo mejor para nosotros. Mirémonos un poquito hacia dentro para ser bastante mejores hacia afuera.