EL DISCÍPULO DEL “MUNDO” vs EL DISCÍPULO DE JESÚS

Se pudiera hacer, en un sano atrevimiento, a la luz de estas lecturas, una especie de paralelo de dos polos opuestos que reflejan la realidad que estamos viviendo hoy en día; todo esto a la luz de estas lecturas.

Jeremías ciertamente habla de cómo Dios lo sedujo para que responda desde el amor de Dios mismo y se deje conducir por el Espíritu de Dios: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir” (Jer.20,7-9). El discípulo de Jesús se deja seducir por: su proyecto salvador, su misma historia, su cercanía, su predilección para los pobres, por sus mandamientos, por el llamado que hace de una conversión sincera y permanente para todos, por su sencillez y humildad, por su vida misma que vale la pena imitar. Esto en contraposición con el “discípulo del mundo” que se deja seducir por: la “salvación” vana, por no decir superflua que ofrece el diablo; por el miedo que hace manipular las conciencias y la salud, por doctrinas falsas y erradas contra la fe que le hacen confundir, por la vida sin parámetros éticos, por una moral sin orden, por la mentira, por el “uso desmedido o exagerado” de las redes sociales como si mi vida dependiera de ellas, rompiendo con las relaciones fraternas, entre otras cosas; etc. Jeremías se dejó seducir por Dios. Tú, ¿por quién te dejas seducir últimamente?

Pablo advierte de la necesidad de “presentar sus cuerpos como hostia viva” y de tener cuidado de “adaptarse a los criterios de este mundo” (Rom.12,1-2). El discípulo de Jesús cuida de su vida misma, aún a pesar de reconocer que es de barro, pero Dios es su alfarero (Jer.18,6; Is.64,7), porque sabe que es un regalo de Dios hecho a su imagen y semejanza (cf.Gen.1,26-27); el discípulo no se deja intimidar por los criterios del “mundo”, sino que discierne lo que es de Dios y rechaza lo que no es de Dios. El “discípulo del mundo”: juega con la sexualidad (propia y ajena) y anima a otros a hacerlo, no respeta la vida misma a tal punto que la manipula y la mata (también en laboratorio), no respeta la dignidad del otro y viola sus derechos; no le importa las consecuencias de su mal actuar; sigue la misma corriente del “mundo” y en el plano de la fe, la cuestiona, se enfrenta cara a cara con Dios mismo, trata lo sagrado como si no fuera tal; hace con su vida lo que venga en gana, perdonando la expresión fuerte; etc.

El discípulo de Jesús, no retira su mirada de Jesús, afirma y confirma su adhesión a Él, ya que sabe que es el centro de su discipulado, y por eso está dispuesto a renunciar a todo para seguirle a Él; defiende la Iglesia y su sana doctrina y rechaza lo que va en contra de ella; acepta, por tanto, las exigencias de su maestro: “El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt.16,21-27). Hay un motivo muy grande, motivador y esperanzador de esto: “Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí; la encontrará”. El “discípulo del mundo”: no le importa las exigencias de Jesús, las rechaza, por no decir las detesta; se burla de los que siguen de verdad a Jesús y le aman en su Iglesia; inventa elementos de manipulación de la fe, de la conciencia, de la vida misma, para tener como “títeres” a los que se dirige; aparece ante los demás como “buena gente” o “como profesional de la fe”, y en el fondo es todo lo contrario; no acepta que hay un Dios que ofrece salvación; se deja llevar por el diablo, es más, es su propio discípulo; etc.

Ahora con todo esto, la pregunta que cae por su propio peso es: ¿De qué lado estoy? ¿Soy discípulo del “mundo” o soy discípulo de Jesús? El que tenga oídos que oiga.

 

Con mi bendición.

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