LA EUCARISTÍA ES VERDADERA COMIDA QUE SALVA

Un pastor protestante se encontró con su amigo sacerdote católico en el mercado del pueblo donde vivían. Hablaron de muchos temas de fe, como era su costumbre, ya que se tienen mucha confianza. Resulta que cuando llegaron al tema de la Eucaristía, empezó la discusión fuerte, por no decir, muy acalorada. El pastor cuestionaba, como es obvio, la presencia real de Jesús en la Eucaristía. El sacerdote hizo su mejor esfuerzo para refutarle. Al final este amigo se sinceró y le dijo: la vez pasada, fui de “incógnita” a tu templo católico, reconozco que había mucha gente en tu misa. Pero algo que me llamó la atención es que cuando tú estabas haciendo lo que llaman “la consagración”, donde supuestamente está Jesús como dices tú, muchos estaban haciendo vida social, mascaban chiclets, miraban sus redes sociales por su celular o Tablet, o contestaban algunas llamadas, etc. El pastor terminó diciendo: “parece que tus fieles se han convencido que Jesús no está en la Eucaristía”, esto como cosa contraria a lo que te esfuerzas en proclamar. Si todos creyeran realmente que Jesús está en la Eucaristía, entrarían y se arrodillarían, orarían en silencio, dejarían de hacer vida social en la casa de Dios y respetarían lo que celebran, e incluso yo mismo me animaría a volver a la Iglesia católica de donde me salí.

Al leer el evangelio, de hoy domingo, me vino a la mente varios cuestionamientos: ¿realmente creo, ciegamente, que Jesús está en cada Eucaristía? Cuando vengo a la Eucaristía o a participar de la santa misa, ¿o Jesús o mi celular? ¿O Jesús o hacer vida social? ¿O Jesús o el jolgorio (show) de la fe que muchos están acostumbrados dentro del templo? ¿Realmente creo que Jesús es el pan de vida eterna? ¿Realmente estoy en gracia de Dios cuando me acerco a comulgar? ¿Creo lo que recibo supuestamente por fe?

El discurso del Pan de vida de San Juan (capítulo 6) que se está leyendo en estos últimos domingos, nos advierte de la realidad cómo se vive en el mundo de hoy la Eucaristía.

Jesús se presenta en el evangelio de hoy como el pan de Vida, es más, hasta se puede considerar como “su propio DNI”. Miremos lo que el mismo texto dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” (Jn.6,51-58). Esto va de la mano con una afirmación categórica, llena de fe y de esperanza: “el que coma de este pan vivirá para siempre”. Al recibir a Jesús en la Eucaristía estamos participando del sacramento de la eterna salvación. La Eucaristía es vida. Jesús invita a los que le siguen, a comer su carne y beber su sangre.

Da pena saber y doblemente penoso comprobar que hay gente que no termina de creer que Jesús es real, que Él y no otro, da vida eterna; que Él sana, salva, pacifica y bendice; también hay gente que sí sabe que Jesús es real, pero ponen miles de excusas para no venir a encontrarse con el amor de los amores, que es Jesús. Una de esas excusas es: “no tengo tiempo”, “estoy cansado, vayan ustedes y recen por mí”, “no me dice nada a mí la Eucaristía”, o “ya no está el cura que era más chévere su misa porque bailábamos, aplaudíamos y saltábamos en cada Eucaristía”, “lo puedo mirar por internet ya que estamos en la era de la tecnología”. En el fondo es, como el cuestionamiento de los judíos del tiempo de Jesús: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”.

Hay otra promesa de Jesús, que sale en el evangelio de hoy: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y Yo en él”. Más claro no puede ser Jesús. Cuánta gente hay que no habita en Jesús ni Jesús en Él porque no acerca a comulgar. ¿No será que muchos estén muertos en vida? ¿Será que su fe está “completamente muerta”? (cf.Stgo.2,14-18).

Cuánta gente se acerca y comulga sin saber a quién recibe, sin estar en gracia de Dios, sin creer que Jesús es a quien comulgan. ¿No será que muchos tienen “una fe relativista” y por eso que las Eucaristías a la que van le parecen que no les dicen nada? Mucha gente se puede dejar llevar por el sentimiento: quieren “sentir bonito”. Nos recordamos que nuestra fe no es de sentimientos, aunque para algunos estos “sean bonitos”, estos son pasajeros. Nuestra fe es de “certezas” (cf.Hb.11,1-6).

A cada Eucaristía venimos a encontrarnos con Jesús en cuerpo, sangre, alma y divinidad. El evangelio de hoy nos tiene que llevar a un compromiso más que serio: valorar la Eucaristía como el único alimento que salva. Vivamos la Eucaristía: desde la CONTEMPLACIÓN (ver a Jesús, como dijo un santo: “Él me mira y yo le miro”); desde la FRATERNIDAD (viviendo el mandamiento del amor a los demás por amor a Dios mismo); y desde la MISIÓN (sabiendo que luego del “pueden ir en paz” empieza mi compromiso de dar a conocer a Jesús).

La Eucaristía es verdadera comida que salva.

Con mi bendición:

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