EL DIOS QUE PROVEE

Uno de los pasajes más conocidos de la historia sagrada del Antiguo Testamento es el sacrificio de Isaac que encontramos en el Génesis (cap. 22). El autor desarrolla una trama sensiblemente dramática: el pedido asombroso de Dios a Abraham, el silencio de Abraham por el camino hacia la inmolación de su hijo, la ironía del autor manifestado en el inocente Isaac que pregunta por el cordero que debía ser sacrificado, pero que no traían consigo, la respuesta temerosa de Abraham de que “Dios proveerá”. Dios había hecho una alianza con Abraham, de que él sería su Dios, su escudo y su protector (Gn 15). Si bien es cierto, las promesas de Dios se sustentaban en dones como la descendencia y la tierra, la alianza estaba sellada desde la absoluta confianza en Dios. Y es esto lo que se pone a prueba en este episodio dramático que corona el ciclo de Abraham. El hijo de la promesa era el esperado por Abraham para hacer realidad el cumplimiento de la promesa de la descendencia “como las estrellas del cielo y las arenas del mar”, pero el autor bíblico quiere recalcar si realmente la fidelidad de Abraham no dependía de considerar mayor el don que al mismo Señor de la promesa. No estaba en la óptica del autor propiamente en destacar cómo Dios podía pedir algo así. Estaba claro para el autor y para el lector que Dios no iba a permitir terrible sacrificio, pero la trama nos dejaba algo de duda, y su intervención final no hace sino corroborar cuán grande fue la fe de Abraham y cuán cierto fue su confesión de fe: “el Señor proveerá” (el que ve antes de lo que los hombres pueden ver). Pero hay un dato curioso que deja latente la idea del verdadero sacrificio, y es que el relato concluye cuando Abraham baja solo del monte Moria a encontrarse con sus siervos. ¿Y dónde quedó Isaac? Más adelante, la tradición cristiana releerá este pasaje y lo aplicará al sacrificio redentor de Jesús, único Hijo del Padre, quien al morir en la cruz dio por concluido los diversos sacrificios de la antigua alianza.

Esta última idea se escucha como una firme convicción de fe por parte de Pablo en la carta a los romanos. Pablo sustenta que la salvación es producto de la fuerza del amor de Dios llevado hasta el extremo, el amor por el hombre pecador hasta el sacrificio de no perdonar la vida de su propio Hijo muy querido, un amor de donación pleno y radical. Pablo es fiel a la tradición judía del sacrificio cultual, donde es preciso inmolar la vida de un ser vivo por el del hombre, y hace una reflexión basada en este principio sin cuestionarse si Dios podía quedar como inmisericorde por lo de su Hijo. De esta forma tiene sentido la primera idea expresada y que parafraseo ahora: “Si Dios está con nosotros, si Dios se la ha jugado por nosotros, ¿quién puede estar en contra de nosotros?”.

La pasión del Señor ya se anticipa por diversas alusiones dentro del evangelio de Marcos – y más en la sección del camino donde encontramos los tres anuncios de la pasión -, pues para él es preciso seguir a Cristo hasta la cruz. De allí que el relato de la transfiguración se convierta en un eje transversal al evangelio pues se menciona nuevamente la dignidad de “Hijo” de Jesucristo (la primera fue en el bautismo). El anuncio de la pasión y la invitación a tomar la cruz y seguirlo (Mc 8,34-38: antes de este relato que escucharemos) producen una fuerte desazón en el corazón de los discípulos y se ve necesario alentar a los decaídos seguidores del Maestro. La experiencia de la transfiguración se convierte en el respiro de la gloria que les esperará a quienes saben llegar hasta la cruz, allí donde se está muy bien y da ganas de quedarse a morar como lo expresará el mismo Pedro. Pero para llegar a la gloria hay que pasar por la cruz. Esto solo lo podrían entender después de la resurrección y es lo que deja latente el evangelista.

No se obtienen las cosas grandes sin antes hacer muchos sacrificios; no se logran éxitos en la vida sin lágrimas y sin mucho esfuerzo. Es tiempo de escuchar al Hijo de Dios, a aquel que ha venido al mundo para entregarlo todo por el ser humano pecador. Tú y yo, como Abraham, se nos exige la fidelidad a toda prueba, no para pensar que Dios es déspota o malo sino para saber corresponder al amor de Dios con la propia exigencia de ser sus hijos en esta tierra. Aunque pienses mil veces que no te mereces la misericordia de Dios, para Dios siempre serás su hijo y siempre manifestará su gloria en diversos momentos de tu vida para que puedas afrontar también con decisión los momentos difíciles y de tribulación que puedan sobrevenir. “Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor”, porque me salvaste, porque lo diste todo por mí. Gracias Señor.

Finalmente, no olvidar que muchos pasajes conflictivos por la manera cómo expresan sus convicciones sobre Dios (como los de la primera y segunda lectura de hoy), no fueron presentados por el autor desde todos los posibles ángulos de reflexión, como sí hacemos nosotros al leer con tranquilidad el texto. Muchos de los autores, intentaron resaltar quizá solo un aspecto, llevando al extremo sus afirmaciones con tal de lograr el impacto religioso y espiritual que desearon transmitir.

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