Ya llegamos al segundo domingo de Cuaresma, tiempo en que nos preparamos para celebrar el Misterio Pascual de nuestra Fe Cristiana a saber: Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

La invitación que hace la Iglesia a sus hijos en este tiempo de Cuaresma iniciado con el Miércoles de Ceniza, es entrar en un clima de conversión y arrepentimiento de los pecados cometidos, por lo que la Cuaresma la hemos aprendido a vivir en espíritu de tristeza, que nace de tomar conciencia de haberle fallado en nuestro amor a Dios, lo que en los pasos para una buena confesión llamamos “dolor de corazón”.

Todo esto está muy bien, pero poniendo el tiempo de Cuaresma en perspectiva a la Pascua entonces tendremos que aprender a vivirla más bien con ánimo alegre, ya que siendo la Cuaresma un tiempo de preparación para celebrar la Pascua del señor y esta se celebra con mucha alegría, entonces conviene que este tiempo, de “entrenamiento” para celebrar la Pascua, nos acompañe un espíritu alegre que nace de saber que nuestro Buen Padre Dios desea perdonar nuestros pecados, y por eso la celebración del sacramento de la penitencia también la llamamos “la fiesta del perdón” pues nos acercamos confiados a Él sabiendo al haber reconocido nuestros pecados y arrepentidos de ellos le pedimos perdón Dios nos perdonará; este espíritu alegre con el que vivimos nuestra conversión, al tomar conciencia que hemos emprendido nuestra vuelta a casa de Nuestro Padre, nos ayudará a vivir la Pascua con esa alegría desbordante con la que se celebra la Resurrección del Señor. Y no solamente eso, sino que aprenderíamos todos a leer el Misterio Pascual como la manifestación de amor que nuestro Señor Jesucristo tiene por nosotros que es la manifestación de amor de nuestro Buen Padre Dios por nosotros.

El evangelio de este domingo nos presenta al señor Jesús eligiendo a tres de sus discípulos para llevarlos aparte a una montaña alta, lugar de encuentro con Dios, pero también lugar donde el tentador puede llevar para ofrecer “las naciones del mundo”.

Estando ya en lo alto de la montaña el Señor Jesús “se transfiguro delante de ellos”, mostrándoles su gloria expresado en “su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz” y no solamente Él les muestra su gloria, sino que además se escucha desde la nube luminosa aquella voz “éste es mi Hijo, mi predilecto. Escúchenlo.”

Si ya para los discípulos ver al Señor Jesús transfigurado fue motivo de gran asombro, verle conversar con Moisés y Elías que se les aparecieron conversando con Él tuvo que haber llevado ese asombro a un siguiente nivel y ser cubiertos por la sombra de la nube luminosa, la nube es una imagen que se usa en la Biblia para hablar de la presencia de Dios en medio de su Pueblo, y oír aquella voz que sale desde la nube, ya los lleva al paroxismo y caen “de bruces y llenos de espanto” hasta que el Señor Jesús se acerca para decirles que se levanten y no teman.

Tal parece que ayer como hoy la cercanía de Dios en vez de provocarnos alegría nos produce temor, miedo, espanto.

Será esa una de las razones por la que no buscamos la intimidad con nuestro Padre en la Oración donde Él nos habla y nosotros escuchamos y también donde Él nos escucha cuando nosotros le hablamos. Será esa la razón por la que la práctica de la oración, junto con el ayuno y la limosna, es el ejercicio que debemos realizar los creyentes en este tiempo de Cuaresma, para que la presencia de Dios entre nosotros no sea ya motivo de temor o miedo sino una experiencia donde sintamos el amor de Dios por nosotros que nos lleve a querer estar siempre a su lado para escucharlo.

VIVAMOS CON ALEGRÍA NUESTRA CUARESMA Y ASÍ NOS ENTRENAMOS PARA VIVIR UNA ALEGRÍA DESBORDANTE EN LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO PASCUAL DEL AMOR DE DIOS POR NOSOTROS.

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