Queridos amigos
La parábola del buen trigo y la cizaña (Mt 13, 24-43) es otra parábola campesina, que como la del sembrador, Jesús nos hace el favor de explicarla. A continuación nos cuenta las parábolas del grano de mostaza y de la levadura. Las tres, como la del sembrador que vimos el domingo pasado, se refieren al Reino de Dios, que es la Buena Nueva, que Jesús vino a proclamar y hacer realidad en este mundo (Mc 1, 14-15). Y del que tú y yo somos al mismo tiempo “siembra” y “sembradores”.
La parábola del buen trigo y la cizaña toca el tremendo problema de la existencia del mal en el Reino de Dios (y en el mundo). Aparentemente se estaría refiriendo al origen del mal, a su permanencia y a su final. ¡¿Cómo es posible que siendo Dios bueno, exista el mal en su creación y en su Reino?! Lamentablemente para nosotros, Jesús no ha querido darnos una respuesta profunda y convincente del por qué existe el mal en el mundo. Sólo ha querido decirnos que en el Reino de Dios hay y habrá ciudadanos buenos y malos, dependiendo del buen o mal uso que hagan de su libertad (Mt 13, 37-43).
Las parábolas del grano de mostaza y del puñado de levadura (Mt 13, 31-33), aunque ambas se refieran a lo mismo – que el Reino de Dios empieza siendo pequeño-, tienen sus particularidades. Veamos la del grano de mostaza (planta gramínea). El Reino de Dios es pequeño como un grano de mostaza, pero, como él, tiene vida, una gran fuerza interna que lo hace crecer y crecer, hasta convertirse en un arbusto, en cuyas ramas anidan confiados los pajarillos. Así es el Reino de Dios (y la iglesia), viene a decir Jesús, que ha crecido hasta alcanzar los límites del universo, hasta hacerse universal o católico, que es el significado primero de católico. Tanto es así que no se puede ser cristiano sin ser católico,
La parábola de la levadura enseña que el Reino de Dios es como un poco de levadura. La mujer que amasa un pancito mete dentro de la masa un poco de levadura y el pancito se esponja y crece hasta convertirse en un pan grande y rico. Es lo que hace el Reino de Dios en el mundo y en cada uno de nosotros: actuando como fermento hace crecer nuestra fe, esperanza y caridad, así como los llamados valores del Reino: amor, paz, justicia, libertad, solidaridad. Además, como la levadura se hace parte del pan, así el Reino de Dios se hace parte del mundo, se encarna en él para transformarlo. Nuestra tarea de cristianos es la de actuar como buena levadura en el mundo, para cambiarlo a mejor.