La Iglesia nos presenta en la liturgia de la Palabra del domingo de hoy el conocido pasaje de la “tempestad calmada”. Este relato pertenece a uno de los milagros que describe el evangelista San Marcos. Los milagros son “signos” de la identidad de Jesús y nos los muestra para que podamos captar el amor salvífico que el Señor infunde en todas sus acciones, con sus palabras y con sus gestos.
En todo milagro, como en las parábolas, podemos deducir, a partir de la experiencia narrada, algunas enseñanzas aplicables a nuestra vida humana. El que corresponde al día de hoy no es ninguna excepción. Todos podemos atravesar por diferentes “tempestades”, problemas familiares, enfermedades, incomprensiones en el trabajo, vacíos interiores…, que nos impiden sentirnos bien y nos hacen perder la serenidad. En primer lugar destaca en la narración la inseguridad que sienten los discípulos ante el vaivén de la barca que representa la propia vida con sus luces y sombras, con sus momentos de angustia y de felicidad. La actitud de Jesús es diferente; tiene confianza en sí mismo y duerme plácidamente; sabe que la situación es pasajera y reprocha a sus discípulos la falta de fe, de autoestima, de confianza en sí mismos y en sus posibilidades para salir airosos de esa situación comprometida. Nos sentimos amenazados por agentes externos e internos. Son las tempestades del mundo moderno: secularismo, relativismo, consumismo, injusticia, violencia. No encontramos antídoto fácilmente ante tantos y graves síntomas y nos sentimos indefensos. Caemos en el pesimismo y la resignación. También la parálisis de la cobardía atenazó a los discípulos. Sin embargo, el Señor camina con nosotros y el viento de la fe puede con las tempestades y las tinieblas de la vida.
El evangelio de hoy es un canto a la vida, a la fe, a la esperanza frente al temor, a la angustia, al cansancio. El paciente Job, nos relata la primera lectura, cuando se encontraba en aquella terrible tormenta de males y sufrimientos que padecía, encontró la calma, la serenidad de espíritu y el agradecimiento a Dios incluso en medio de sus tormentos y descubrió que no era nadie para exigirle cuentas a Dios. Su tenacidad tuvo recompensa: Dios le colmó con creces la confianza que había depositado en él. También nosotros sufriremos las tormentas de la vida pero no estaremos solos en el camino; el espíritu del Señor guiará nuestros pasos hacia vientos y horizontes de serenidad y de paz.