El evangelio de hoy contiene continuidad temática con el domingo pasado. Hoy el Señor nos exhorta a permanecer en Él desde el amor. Solamente podremos dar fruto desde la fidelidad en el amor. Él mismo nos marca las claves para mantener el compromiso de perseverancia para plasmar en nuestras realidades cotidianas esta actitud esencial que envuelve toda la predicación para instaurar el Reino de Dios en medio de nosotros.
“Como el Padre me amó, así yo los he amado; permanezcan en mi amor” (Jn. 15, 10). ¿Cómo podemos corresponder al amor de Dios aun desde nuestra propia debilidad y fragilidad humana? El texto evangélico apunta algunos criterios: cumplir los mandamientos; mantenernos en diálogo permanente, en escucha sostenida, en intimidad y en oración con Él; participar y recibir los sacramentos, sobre todo la Eucaristía y la Reconciliación, como signos de encuentro y de adhesión a Él y a los cristianos; impulsar la caridad, la comprensión mutua, la aceptación, la tolerancia y la solidaridad como actitudes fundamentales de relación interpersonal que cristalizan en el mundo en que vivimos la presencia de Cristo y nos hacer ver en los demás el reflejo de Dios. En realidad supone mantener un equilibrio en la balanza del encuentro con el Señor entre nuestra vida trascendente que siempre apunta hacia el misterio espiritual de su presencia que nos llama y la vida inmanente que nos orienta hacia ese esfuerzo por vivir la caridad desde el servicio al otro.
Si Dios es amor, el hombre, hecho a su imagen y semejanza, se debe definir también por su capacidad de amar. Si nos amamos valoramos más nuestra propia vida e impulsamos la vida de nuestros hermanos. El amor de Dios extendido a los hombres es oblativo, de donación, de entrega, sin medida, sin pedir nada a cambio, pura generosidad y disponibilidad hacia el otro. La igualdad frente a la exclusión, la unidad frente a la división, el perdón frente al resentimiento, el compartir frente al egoísmo… serán actitudes fundamentales para plasmar el amor de Dios, fundamento, no olvidemos, de nuestra vida cristiana en medio del mundo.
El amor que Cristo manifiesta en este Evangelio se transforma especialmente en el tiempo de Pascua, en gozo y alegría. El gozo del cristiano nace de descubrir el amor del Padre, manifestado en su Hijo. Un amor gozoso que se plasma en los acontecimientos normales de nuestra
vida, que se manifiesta en múltiples facetas de ella y que puede coexistir en situaciones de alegría y de sufrimiento cuando se vive con espíritu de servicio y entrega en favor de los demás.