SER TESTIGO DE LA FE
En estos días de Pascua, escuchamos el testimonio del autor del tercer evangelio en el libro de los Hechos de los Apóstoles, que recoge la predicación de la primitiva comunidad, en donde se nota claramente cómo el autor ha intentado unir las diferentes tradiciones cristianas y las relecturas que hicieron del AT en clave de cumplimiento en Cristo. Este fragmento que escucharemos hoy, es parte de la predicación en boca de Pedro luego de la sanación del tullido de la puerta del Templo. Así tenemos cómo proclama que el Dios de los Padres (vinculación con la historia de Israel) es quien ha constituido al “Siervo” (tradición profética del Segundo o Deutero-Isaías), “Santo” y “Justo” (tradición sapiencial del Justo sufriente) Jesús; aquel que fue rechazado pero que había sido reivindicado por Dios resucitándolo de entre los muertos. De esta forma, los apóstoles son considerados “testigos” y ofrecen la oportunidad a los contemporáneos de su tiempo de un camino de conversión puesto que la ignorancia les llevó a actuar de esta forma. Sin duda, todo un testimonio de una vital experiencia de Dios. Nadie puede ser testigo sino ha tenido experiencia alguna de aquello que está llamado a dar fe. Puede que las autoridades religiosas y la gente no lo hubiese podido identificar así por inadvertencia, y es por eso que esta predicación asegura que es posible cambiar la perspectiva acogiendo el llamado a la conversión, pues el amor misericordioso de Dios es mucho más grande que el pecado o error cometido.
La reflexión de la carta de Juan no hace sino confirmar que aun siendo pecadores tenemos alguien que “aboga” por nosotros, el mismo Jesucristo, el “Justo” (nuevamente esta relectura sapiencial). Aquí fundamenta el autor que este Justo Jesús asumió nuestra naturaleza humana y ofreció su vida como cual eficaz rito de purificación de los pecados en el Día de la Expiación, cuando el sumos sacerdote rociaba la sangre del cordero sobre el “propiciatorio” (tapa del Arca de la Alianza), con lo cual, ha borrado de una vez y para siempre la carga que agobiaba nuestro ser. Ante este regalo de la vida de Cristo solo nos queda dar testimonio de boca y de obra de que somos sus redimidos, y esto lo hacemos cumpliendo los mandamientos. Esta es la forma en que nos convertimos testigos de Cristo para nuestros hermanos y para quienes aún no conocen esta Buena Nueva: acogiendo el amor misericordioso de Dios manifestado en el sacrificio redentor de Jesús.
El evangelista Lucas propone el final de su evangelio insistiendo en el valor de la comunidad como criterio de fe en torno al resucitado. La antropología judía concibe al ser humano uno, cuerpo y alma, y es así como se comprende el estado de la glorificación, por eso la insistencia en este pasaje de no confundir las apariciones con alucinaciones o contemplación de un fantasma. Es el mismo Jesús crucificado el que ha resucitado y en él se han cumplido las Escrituras. Una vez más se señala que todo lo que han experimentado los convierte en testigos de esta verdad de fe. Por ello, quien ha experimentado el amor de Dios debe disipar el temor y el miedo. No se puede ser cristiano y vivir en el temor de un castigo divino o un miedo que destruye la esperanza. Esto debemos tenerlo presente más aún en estos difíciles momentos que estamos viviendo.
La liturgia de este día nos está recordando lo que significa ser testigo de Cristo. A la luz de la Pascua, renovamos nuestra fe bautismal, agradecemos a nuestros padres y catequistas por su preocupación en nuestra formación espiritual, nos
proponemos practicar la caridad para con el prójimo; pero todo esto nos debe comprometer a hacer de nuestra vida un canto de agradecimiento a Dios. La alegría de la comunidad, la fidelidad a los mandamientos de Dios y la exhortación a la conversión son las tareas que se nos exige como hijos de Dios y miembros de la Iglesia, y lo que encierra sobre sí nuestra condición de Testigos de la fe. Preguntémonos si de verdad hemos tenido una experiencia de Dios y si eso transformó nuestras vidas. Si eso es así, ¡comparte tu fe! ¡Sé testigo de la Verdad que es Cristo! ¿Quieres conocer una pequeña oración que pueda animarte en tu convicción de testigo de la fe? Aquí la tienes: “Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro”.