POR LA RESURRECCIÓN DE JESÚS, NOS CONVERTIMOS Y TESTIMONIAMOS SU AMOR
Seguimos festejando la pascua de Resurrección. Todavía debe resonar en nuestros oídos, mente y corazón aquello que es una verdad de fe: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Una vez un Obispo “probó” a uno de sus seminaristas de su diócesis. Para cimentar su fe y quitarle el miedo de hablar en público, y estando a poco tiempo de ser consagrado diácono y luego sacerdote, le pidió que vaya a tal lugar para ofrecer “pasta dental” de puerta en puerta, de paso que les predicaba el Kerigma. Este joven seminarista de 25 años de edad, fue obediente. Luego de una semana “de misiones”, pudo acercarse a su obispo y le dijo con lágrimas en los ojos: “Gracias Monseñor, porque usted me dio la lección de amor más grande de mi vida. Me hizo quitar el miedo, y me animó para que con valentía pueda hablar de Dios en el corazón de cada familia. Dios te ama Monseñor, y a mí también. Ahora me pongo a tu disposición para que cuando lo creas conveniente me ordenes de diácono y luego de sacerdote”. El Obispo de ese lugar, lo único que atinó en hacer es: darle una bendición en su frente, un abrazo de padre y luego le dijo “hijo mío ya estás preparado para recibir las órdenes”.
La Resurrección de Jesús ha sido, para los Apóstoles y las comunidades primitivas, como una “CATAPULTA”. Ya que Dios mismo les animó para que no se callen ante tantas maravillas de amor suyo (cf.Hch.4,20). Con mucha valentía y coraje apostólicos, los mismos Apóstoles testificaban a Jesús, muerto y resucitado, no importando el dedo acusador, ni las persecuciones y menos las amenazas de muerte y la prohibición de hablar en nombre de Jesús. Pedro, como nos lo muestra Hechos de Apóstoles, tomaba la iniciativa para testificar a Jesús y para denunciar quiénes fueron los que lo mataron: “El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob…ha glorificado a su siervo Jesús, al que ustedes entregaron…mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos” (Hch.3,13-15.17-19). Me preguntaba: en esta pandemia, ¿cuántos somos capaces de testificar a Jesús muerto y resucitado? ¿Nos da miedo? ¿Cuidamos nuestra “imagen” y nuestra salud para no hablar de Dios? ¿Dejaremos morir a mucha gente sin que conozcan, amen, sirvan y proclamen a Dios?
No sólo nos anima y nos empuja la Resurrección de Jesús, a testimoniar su amor salvador; sino que nos exige vivir su voluntad cada día, sino viviríamos en la mentira todo el tiempo: “Quien dice yo lo conozco, y no guarda sus mandamientos, ES UN MENTIROSO, y la verdad no está en Él” (1Jn.2,1-5ª). Es como si quisiéramos que Dios no habite en nuestra vida. Pero también sucede lo contrario: “quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en Él a su plenitud”. ¿En qué grupo estoy? ¿En aquellos que viven de espaldas a Dios todo el tiempo viviendo en una “eterna mentira”? o ¿en aquellos que sí le creen a Dios y sí se dejan tocar por su gracia salvadora cada día? ¿Vivimos con coherencia nuestra fe o no?
Los peregrinos o discípulos de Emaús, luego de encontrarse con Jesús resucitado, fueron rápidamente a testificar a los Apóstoles que Cristo ha resucitado, que Él ha caminado con ellos (Lc.24,35-48). Cómo les habrá visto Jesús a sus Apóstoles con miedo, débiles en su fe, que se aparece resucitado para darles la paz que sale de su corazón de misericordia, y para sanar su fe débil: “Paz a ustedes…creían ver un fantasma…les mostró las manos y los pies”. ¿Cómo va tu fe? ¿Dudas? Te recuerdo que fe es “aferrarse a lo que se espera y certeza de cosas que no se pueden ver” (Hb.11,1). Cuánta gente pudiera pensar: “ver para creer”. ¿Y qué tal si es al revés: creer para ver? Jesús no es un personaje de antaño, no sólo murió, también resucitó. Él vive: “es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb.13,8). El Papa Benedicto XVI dijo en el año de la fe: “El mundo de hoy presupone que tiene fe”. Una vez más asistimos a un mundo incrédulo, relativista, agnóstico, ateo, cuestionador de la fe, etc. Es más, en muchos lugares se nos quiere confundir la fe, se nos quiere imponer doctrinas contrarias a la fe recibida de los Apóstoles. Cuidado. Jesús nos da la certeza de que Él es real, de que Él y no otro es el autor de la Salvación. Es tan cercano, “que hasta le puedo tocar” recita un canto eucarístico.
Hoy Jesús nos invita a tocarle. No dudemos ni un instante de su amor, de su presencia. Recordemos esta motivación: “sin la fe es imposible agradar a Dios” (Hb.11,6).
Por la Resurrección de Jesús, nos convertimos y testimoniamos su amor. ¿Aceptamos ese reto de amor y de fe?
Con mi bendición.