Queridos amigos:
¡Qué notición el de hoy! Ha resucitado un hombre que estaba muerto de tres días. Nos lo cuenta Juan (20, 1-9), después de comprobar lo sucedido y concordante con cientos de testigos (1 Cor 15, 5-8). Y nos lo cuenta lleno de la emoción del momento y feliz, porque ese hombre es nada menos que Jesús, su querido Maestro, a quien él vio bien muerto en la cruz y luego ayudó a enterrar. Ya no está más en el sepulcro y todo evidencia que simplemente resucitó. Es decir volvió a la vida, pero con un cuerpo transformado y glorioso, para nunca más morir (Rom 6,9).
La resurrección de Jesús es un acontecimiento tan importante en sí y en sus consecuencias que suele absorber toda nuestra atención. Para nosotros, es ciertamente lo máximo, pues su resurrección garantiza la nuestra; y legitima y premia nuestra fe (1 Cor 15, 13-20). Para Jesús, la resurrección es sólo la parte alícuota de su exaltación por el Padre tras su muerte en la cruz. Inicio de su exaltación, la resurrección es la condición sine qua non (indispensable) para que el Padre lo siga premiando y glorificando.
En un modo de hablar metafórico, el Credo de los Apóstoles expresa así esta exaltación de Jesús después de su resurrección de entre los muertos: subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos… Son sólo tres de las premiaciones, con las que el Padre Dios quiso exaltar a Jesús. San Pablo las recoge a su manera y añade alguna más. Dice: el Espíritu resucitó a Jesús (Rom 8,11), quien subió al cielo (Ef 4,10) para ser glorificado por el Padre como Hijo suyo (Rom 1,4) y como Principio de todo (Col 1, 15-20). Le dio un nombre sobre nombre (Fil 2, 9-11) y lo constituyó en Señor y justo Juez de vivos y muertos (Rom 14, 7-9; 2 Thes 11, 6-7). Para reunir e instaurar en Él a los seres del cielo y de la tierra (Ef 1,10), atrayendo a todos hacia El (Jn 12,31)
Como dije antes, para Jesús lo importante de su resurrección es que es el inicio de su exaltación por el Padre en el Espíritu Santo. Sucederá lo mismo con nosotros, pero hasta entonces, simples mortales, no podemos menos de quedar prendados y prendidos en la resurrección del Señor, que, como dije, anticipa y asegura la nuestra. La Vida ha vencido a la muerte, la luz a las tinieblas, la verdad al error, el amor al odio. Todo eso y un millón de cosas más significa la resurrección del Señor. Significa también que hay que ir pasando de condiciones inferiores de vida (enfermedad, ignorancia, pobreza, pecado, muerte) a condiciones superiores (salud, sabiduría, bienestar, gracia…).