LEY DE DIOS Y “LEGULEYADAS”

 

El fragmento del Deuteronomio que escucharemos en la primera lectura de esta liturgia, manifiesta claramente, a modo de testamento, la herencia que asume el pueblo de Israel una vez lograda ya la estabilidad política y social. Recordemos que esta obra es producto de una posible reforma religiosa impulsada por el rey Josías en el s. VII a.C. y que luego se convirtió en una fuerte corriente de tradición después del exilio. Para esta obra, Moisés es el gran líder e intérprete de la Ley, quien invoca a Israel a ponerla en práctica, para que, cumpliendo su parte en la alianza pactada, alcancen por la liberalidad de Dios la tierra deseada convirtiéndose en signo de credibilidad de que el Dios de los antepasados los favorece infinitamente. El cumplimiento de la Ley los convierte en sabios pues siguen los caminos de Dios y confirman que tales designios son siempre justos para el creyente. La sacralidad de la Ley exige una respuesta de fe, la cual deberá darla Israel por siempre, aunque sabemos que no siempre fueron fieles, saliendo en su auxilio las normativas sacrificiales para restaurar la armonía con Dios y la comunidad.

La carta de Santiago en la segunda lectura cuyo autor no conocemos, pero probablemente tenga cierta influencia de la tradición judeocristiana, tiene el estilo de los libros sapienciales del AT y exhorta a la comunidad a alcanzar la máxima perfección de su vocación, la cual procede del “Padre de los astros”, el que no cambia jamás, y quien los engendró por el bautismo. Hay un énfasis en la “palabra de Dios” la que debe ser escuchada por el cristiano, que no es otra que el evangelio recibido, pero que debe ser aplicada en la vida cotidiana. La coherencia de la fe exige purificar lo que se entiende por “religión” ya que si no se vive la caridad – visitar a los huérfanos y a las viudas en su aflicción – no puede uno mantenerse irreprochable ante Dios. No podemos olvidar que esas realidades de pobreza eran las más terribles así consideradas por los judíos y que exigían a todos a ofrecerles su ayuda. Es muy original en el cristianismo vincular el ámbito de lo sagrado con el de la vida cotidiana.

El evangelio que escucharemos plantea una discusión entre Jesús y los fariseos acerca de ciertas tradiciones de los antepasados. Es probable que Jesús haya tenido disputas con los fariseos sobre todo porque muchas de las tradiciones farisaicas podían servir de justificación para no cumplir la Ley de Dios – como el caso del “Corbán” que describe este mismo capítulo 7 de Marcos -. Pero, tendríamos que pensar que la segunda parte de este fragmento del evangelio de Marcos está intentando dar una explicación al problema del compartir fraterno de la mesa entre paganos y judíos que comparten la misma fe en Cristo Jesús. Se ha dado un salto del plano cultual donde el tema de la pureza-impureza es fundamental a un plano relacional y existencial, donde no puede llamarse impuro aquello que produce fraternidad y comensalidad. En el trato con los paganos estaba claro que había alimentos que no podían comer los judíos, pero limitar con esto la posibilidad de una convivencia pacífica y fraterna no tenía sentido, y más cuando los paganos convertidos no pondrían en la mesa alimentos que sabían muy bien sus hermanos judíos no comerían.

La apertura de la evangelización hacia los paganos fue determinante para romper los parámetros exigentes de una regulación fundamentada no tanto en la Ley de Dios sino en tradiciones escrupulosas de los fariseos que habían aceptado la fe en Jesús, pero preferían mantener ciertas costumbres de esta secta o grupo judío. No nos es ajeno los cuestionamientos al sistema judicial o legal en el que nos encontramos, y esto no es de este tiempo. También en el pasado las regulaciones estaban sujetas a diversas interpretaciones. La naciente comunidad cristiana forjada desde el amor de Cristo Jesús debe enfrentarse a la aceptación de la normativa de la Ley judía o la regulación legal del mundo grecorromano, y esto, por la obligada forma de adaptarse al contexto de un proceso de institucionalización. Pero el evangelio insiste en que dentro de la comunidad cristiana no deberíamos asumirlo tal cual. Es verdad que somos ciudadanos, hijos de una patria terrenal, y que debemos cumplir nuestras obligaciones como también exigir nuestros derechos, pero la impronta del amor cristiano debe convertirse en la norma moral superior. ¿Esto cabe mayor interpretación? Llama mucho la atención cómo puede confesarse la fe en Cristo Jesús y despreciar al prójimo al mismo tiempo. Cómo puedes decir que formas parte de la Iglesia y proclamar abiertamente la discriminación contra los demás. ¿Alguien podría contar cuántas normas o leyes existen en el mundo? Y pensar que entre los primeros cristianos la única ley que obedecían era la Ley del amor. Les invito a detenerse un poco en el salmo responsorial y a meditarlo con detenimiento. ¿Quieres llegar al aposento celestial? Escucha: El que procede honradamente y práctica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor. Pues, allí tienes lo que debes hacer.

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